Rehabilitación y ampliación del antiguo palacio de los Borja, Duques de Gandía.
Valencia 1988-1994
Introducción:
Casi tres siglos después de que en 1707 Felipe V aboliera el derecho valenciano, consolidado desde el siglo XIII, el Estatuto de Autonomía permite la recuperación de las Cortes Valencianas. En 1994 se inaugura la nueva sede de tan histórica institución en el corazón de la Valencia antigua a partir de los restos del palacio de los duques de Gandia.
El monumento y su ubicación constituían los datos de proyecto a partir de los cuales había que articular la respuesta formal que resolviera dichos requerimientos funcionales, propiciando además, por sus características, una componente significativa incluso simbólica que las cortes valencianas demandaban.
Las respuestas que la arquitectura debe dar a: su utilidad (el programa de necesidades); su adecuación al lugar (el análisis de las preexistencias con las que se tienen que medir el proyecto) y su formalización (poner en relación los factores anteriores y dar una respuesta adecuada, desde la lectura inevitablemente contemporánea al problema; son el eje al que trata de ajustarse la propuesta proyectual.
El proyecto parte de un monumento histórico, el antiguo palacio de los Borja, con intervenciones tan violentas a lo largo de los siglos que lo hacen desaparecer de la memoria colectiva.
Del estudio del citado palacio, del conocimiento de sus caracteres arquitectónicos y de la lectura de su evolución, parte el proyecto de rehabilitación y ampliación llevado a cabo.
Lectura del lugar:
La construcción del palacio de los duques de Gandia, en el siglo XV, corresponde a una época de esplendor tanto económico como cultural, así como un importante aumento demográfico de la ciudad de Valencia. La edificación contemporánea de importantes hitos de la ciudad, como la Lonja (1482-1498), las Torres de Quart (1441-1460) o el Palacio de la Generalitat, inscriben el Palacio en un contexto prolífico marcado por una producción arquitectónica de amplia relevancia en la historia de la ciudad.
La evidente vinculación del Palacio de los Borja a un entorno central de la Valencia histórica, caracterizado por la importancia de la Plaza de la Virgen, que aglutinaba los usos rectores de la ciudad, representados por el poder religioso (la catedral) y por el político (Generalitat y Casa de la ciutat), enlaza la importancia del lugar en referencia a la historia de la ciudad, y supone una necesaria imagen representativa y dialogante con el resto de las arquitecturas.
El edificio histórico, el jardín interior, (de gran interés en el planteamiento de la obra proyectada) y su ubicación en el centro histórico de la ciudad, son los tres puntos de partida en la elaboración del proyecto.
En el interesante estudio de la profesora Julia Campón se constata el origen de las propiedades de los Duques de Gandia. De un lado la donación en el s. XIV de una casa, en la parroquia de San Lorenzo, al infante D. Pedro, y la compra, en el s. XV, por Pedro Luis de Borja de dos casas y huerto también junto a la misma iglesia. La construcción que los Borja acometen en el s. XV, responde al tipo constructivo de los palacios góticos, cuya articulación todavía se refleja en el s. XVIII.
En el plano del Padre Tosca, de principios del siglo XVIII, se entrevé entre el palacio y las construcciones perimetrales, un vacío, correspondiente probablemente a los antiguos huertos de los Borja. Posteriormente la conformación de la fábrica y después palacio de Benicarló, con la eliminación del patio principal y demás dependencias traseras del palacio gótico y la desaparición del callejón que bordeaba la propiedad, en diagonal, desde la calle de la Libertad a la calle Unión, configura un jardín interior de longitud mayor que la del palacio, que condiciona formalmente la edificación circundante a la vez que se convierte en un caso específico y diferenciado en el centro histórico de la ciudad.
El jardín, en el centro de la manzana, sin serlo, se convierte, como acertadamente ha señalado T. Simó, en un jardín comunal, proporcionando un espacio urbano interior atípico en el casco antiguo por lo que las casas recayentes a él resolverán sus fachadas con un tratamiento similar al exterior.
Estas fachadas plantean una rígida fenestración que en vertical jerarquiza ligeramente la sucesión de huecos, pero manteniendo siempre una escala doméstica que define la vivienda de alquiler del s. XIX. Un juego rítmico de huecos verticales en donde el macizo, prima sobre el hueco, y que se diferencia de los de las demás fachadas recayentes a la calle en una reducción de los temas ornamentales a un sencillo recercado.
Evolución del palacio de los Duques de Gandia:
El actual palacio de Benicarló se ofrece hoy como resultado de una serie de intervenciones y transformaciones sufridas por el edificio que se construyó en el s. XV como residencia, en Valencia, de los Duques de Gandia (la familia Borja, conocidos en Roma como Borgia, que dieron dos papas a la Iglesia Católica) del que solo pervive el perímetro murario de la crujía principal, con algunas trazas de los elementos que le definían, y la torre que flaquea el ángulo con la calle Unión.
Esta crujía gótica, de volumen elemental característico en los palacios urbanos góticos de la Europa mediterránea, debía articularse a través de un patio que albergaba, además de los accesos a los demás recintos de la residencia, una escalinata que conducía a los ámbitos de recepción y vivienda de la planta noble. Atravesando dicho patio se accedía o bien a un patio de servicios o bien a los jardines y huertos de la propiedad, o a ambas cosas a la vez. En el plano del P. Tosca (1704) todavía se aprecia esta ordenación y su relación con el huerto, las casas y calles perimetrales.
La destrucción del tipo edilicio, y la del edificio mismo se produce en el s. XIX y se consolida en las sucesivas actuaciones llevadas a cabo hasta las primeras décadas del s. XX que a continuación, se reseñan.
A mediados del s. XIX, la Real Academia de Bellas Artes de S. Carlos, aprueba, apoyándose en el grado de deterioro que ofrece el palacio de los Duques de Gandia, la transformación del mismo en una industria de hilaturas.
Con el proyecto de Monmeneu, de 1846, no sólo se destruye la tipología del edificio, la articulación de las diversas partes que definen el palacio gótico urbano, sino que el bloque principal recayente a la fachada, que albergaba además del acceso, las salas nobles de primera planta, es dividido en tres niveles iguales (más el ático que resta inalterado), ignorando la jerarquía y fenestración originales, perforando el muro con ventanales verticales rematados por arcos de medio punto y extendiendo esta división altimétrica a la torre adyacente (que poseía unos niveles autónomos en su origen) en la que se crea el acceso.
Desaparecen los magníficos ventanales cuatrilobulados, el delicioso trabajo de los ventanales del entresuelo con los típicos «festejadors», ignorando el acceso original con sus imponentes dovelas, manteniendo sólo la rítmica fenestración de la andana. Se sentencia así una de las fachadas góticas más imponentes no sólo en dimensión sino en el exquisito trabajo de cantería de la ciudad de Valencia.
A caballo entre siglos comienza la consolidación del edificio como residencia, que en primer lugar, asume la estructuración en cuatro plantas, revistiendo el conjunto con una decoración neogótica ordenada simétricamente por un acceso central. Atribuida al arquitecto Ferreres, esta curiosa medievalización sobre una estructura gótica original, ahonda en la alteración, tipológica, con la consolidación de una segunda crujía, recayente al jardín, paralela y de altura inferior a la principal, de conformación asimétrica, a la que se añadió un invernadero, elemento característico de la época, demolido antes del planteamiento del presente proyecto, por lo que no pudo ser restaurado, como se hizo por uno de los arquitectos firmantes del presente proyecto con el existente en el palacio de Marqués de Campo.
De las sucesivas transformaciones del interior, llega hasta nosotros una escalera oval de cuidada factura, (detrás de cuyos muros que la conforman aparecen restos del neogótico de Ferreres) y sus vestíbulos, que en segunda crujía enlazan la planta de acceso con la noble. Esta se desarrolla a lo largo de un eje neogótico al final del cual había una escalera que lo unía a la planta superior (fechada en 1911) y servía a una serie de salones de corte académico francés, ordenados en «enfilade» a lo largo de la fachada principal. En alguno de ellos se destaca el esmerado uso de los oficios que les confiere un nivel de acabado y ambientación resaltado en uno de ellos con los lienzos del pintor preimpresionista valenciano Ignacio Pinazo, colocados en el techo a modo de frescos (dichos lienzos se han restaurado para su reposición).
Más tarde, en la década de los setenta del siglo pasado, a partir de un proyecto de Valls y García Sanz para la instalación definitiva de la Prefectura Provincial del Movimiento Nacional , las obras realizadas en la fachada principal, eliminan parte del enfoscado y de la decoración neogótica, ponen al descubierto la fábrica de piedra del edificio original. En la planta baja, se observa una jamba y el dovelado de grandes dimensiones de la puerta gótica del palacio, aparece algún fragmento gótico de ventana, pero el repicado efectuado, no investiga exhaustivamente en búsqueda de la fenestración original, aunque en la zona inferior de la torre si muestra la contradicción entre los restos góticos y el falso apuntamiento de la ventana neogótica de la que se eliminan los adornos.
En planta primera, la planta noble, la supresión del enfoscado y de los elementos neogóticos de los huecos del siglo pasado muestran además de la sillería, parte de la gran fenestración de la planta. Jambas y lóbulos permiten reconocer las trazas y dimensión de las ventanas góticas originales a lo largo del paramento de fachada excepto en la torre que no se interviene.
Queda claramente a la vista, la contradicción entre la fachada gótica original, y la ordenación altimétrica de la importante modificación del siglo XIX, que divide en dos la planta noble con sus correspondientes huecos en fachada. Ante la imposibilidad de recuperar ésta en su conjunto, lo que supondría la supresión de un planta, los autores de aquella intervención hacen una prueba consistente en inventar una fachada gótica de piedra estructurada en cuatro plantas, de manera que habiendo eliminado los elementos decorativos neogóticos recuperan el muro de piedra, pero destruyen la gran fenestración original. Esta acción se lleva a cabo en un vano vertical de la fachada y no prosigue adelante. La planta superior, la típica galería de arcos conopiales no sufre, no había sufrido, ninguna intervención, manteniéndose la original con la adición de una ménsula corrida, de mortero, a modo de friso.
Desde el punto de vista proyectual esta intervención de los años setenta eliminando adornos y enfoscados del siglo XIX, había dejado al descubierto la fábrica de piedra del edificio original a la vez que hacía legible la estructuración tipológica del mismo. La planta baja que respondiendo al tipo edilicio debía contener, en parte, una planta semisótano y entresuelo; la planta noble con cuatro grandes arcos de descarga que albergan ventanales lobulados y la galería que remataba el conjunto.
Junto a la recuperación de esta importante fábrica de piedra caliza se pone en evidencia la contradicción entre las grandes dimensiones de la planta noble gótica, original, y su desdoblamiento, que en el interior ha dejado una bella muestra de los oficios y sensibilidad de intervenciones anteriores citadas. Aquí aparece un punto importante en la reflexión proyectual de la que luego hablaremos.
El programa:
La necesaria complejidad que encierra un programa de estas características, en cuanto a la multiplicidad de usos que se proponen y el necesario carácter simbólico y representativo que debe mostrar el edificio, se estructura en tres bloques. Se atendió a criterios basados en la diversidad de los usos, que recomendaban la agrupación de algunos de ellos y su separación de otros, la importancia de las circulaciones (y de las interacciones producidas entre ellas), el control de los accesos, la inserción de una pieza de gran dimensión y marcado carácter representativo, que es el salón de plenos, frente a la necesaria previsión de un elevado número de piezas de reducida escala como despachos diversos y oficinas, que debían necesariamente dar una respuesta a las condiciones del monumento preexistente y a la función urbana de la nueva edificación.
El primer bloque, corresponde a aquel que absorbía las funciones político-representativas, englobando las necesidades configuradas alrededor de la presidencia y de los grupos parlamentarios.
El segundo considera el elemento de mayor escala y singularidad, así como de mayor carga simbólica y representativa, del que emana la esencia de la institución. El salón de plenos, centro neurálgico de las Cortes, actúa a su vez como elemento articulador entre el primer y el tercer bloque.
El tercer bloque desarrolla los usos y espacios de carácter administrativo, y alberga un mayor número de piezas de menor dimensión y servicios generales.
La atención al control del acceso y a la circulación interior genera dos accesos al edificio. Uno, el principal, situado en la Plaza de San Lorenzo, que recupera la entrada original del siglo XV y asume la vocación político-representativa inherente a los dos primeros bloques. El acceso secundario, situado en la trasera calle del Salvador, propicia una entrada secundaria a los servicios administrativos.
El monumento, así como la importancia y la jerarquía de los espacios urbano circundantes, clarifican la disposición final de los tres bloques; el primero, en la antigua crujía del siglo XV, el segundo vinculado a una plaza de nueva creación (Plaza de Crespins) que actúa como rótula de articulación con el tercer bloque, recayente a la trasera calle del Salvador.
El proyecto de rehabilitación y ampliación:
El solar resultante de la compra y demolición de las edificaciones existentes en el antiguo jardín o huerto del Palacio, recayente a las calles Unión y Salvador, presentaba una forma en L que, unida a los restos de la gran crujía gótica y torre del antiguo palacio, daba lugar a una forma en U de brazos desiguales en que se desarrolló el programa anteriormente citado.
El salón de plenos, elemento de mayor significación del programa de las cortes, adopta la tipología de hemiciclo, consolidada a lo largo de la Historia de la Arquitectura y que presenta numerosos modelos realizados a lo largo de ella.
El hemiciclo se inscribe en un espacio sensiblemente prácticamente rectangular, a modo de dos objetos maclados, quedando el deambulatorio circundante como vestíbulo de acceso y área de circulación. Presenta un diámetro de 20 metros y una altura de casi 16 metros libres. El gran espacio se ilumina cenitalmente a través de un lucernario de 4 metros de altura constituido por un doble muro de vidrio moldeado en cuyo interior se alojan complejas instalaciones y la iluminación nocturna, permitiendo una unificación de criterios de iluminación natural y artificial.
Se prestó importante atención al diseño y dimensionado del mobiliario, ejecutando un diseño integrado respecto al tratamiento material de paramentos y pavimentos. Un generoso dimensionado permite a los parlamentarios circular a lo largo de las filas de asientos a pesar de que éstos se hallen ocupados.
El mobiliario, ejecutado en madera de roble, al igual que los paramentos verticales, constituidos por listones del mismo material que dejan una holgura en su montaje para albergar tras ellos el necesario tratamiento acústico y obtener así unas características materiales unitarias y un buen acondicionamiento sonoro.
El lucernario del hemiciclo se alza sobrepasando la altura de cornisa del edificio, generando una respuesta urbana en diálogo con el tambor de la Basílica y con el cimborrio de la catedral, así como actuando a modo de linterna o faro de luz en la noche.
La posición del hemiciclo entre la crujía del siglo XV y la administración, así como la ubicación en el extremo del jardín interior, resuelve, por un lado, la articulación global del programa y por otro el remate del jardín interior.
El jardín interior, resultado de diversas intervenciones y avatares históricos, se presenta como un elemento clave de la solución del proyecto, tanto en la resolución de la planta como en la formalización de los alzados de la obra nueva. En éstos se establece un paralelismo conceptual con las edificaciones decimonónicas del jardín, en una doble vertiente. En primer lugar, con la equiparación en cuanto a tratamiento material y respuesta formal de ambas fachadas, la interior al jardín y la exterior urbana. En segundo lugar, en lo que respecta al planteamiento de la fenestración, rasgadura y jerarquía de un alzado de huecos y macizos ya apuntado, no solamente en los edificios de la manzana, sino en el conjunto de la ciudad. La preponderancia del macizo sobre el hueco entronca con la tradición de la vivienda histórica a la vez que por su dimensión, escala y tratamiento material recalca la singularidad del edificio público. El material más adecuado, la piedra caliza, se considera en base a la relación con los muros góticos del siglo XV, permitiendo una relación de continuidad con éstos y mostrando el necesario carácter representativo del edificio.
Basta recordar, cómo la arquitectura que define la ciudad, hasta la individualización de los edificios del romanticismo decimonónico, es una arquitectura cuya belleza y potencia radica en la simplicidad de sus fachadas. Tanto palacios como edificios de viviendas tratan los exteriores a base de huecos elementales simples, jerárquicamente ordenados en determinadas ocasiones, en otras, como resultado de su estricta necesidad, enlazando de esta manera la tradición que arranca de la vivienda gótica con la llamada arquitectura moderna
La gran fachada pétrea del siglo XV fue objeto de una delicada atención cuyo objetivo era la puesta en valor de toda su potencia y significación. La intervención realizada en los años setenta mostró la estructura original de la fábrica de sillería del Palacio de los Borja, constituida por un entresuelo perforado por ventanas cuadrangulares, una gran planta noble de grandes ventanales lobulados y un remate en galería en el ático, prácticamente inalterado. Asimismo, se descubrieron las trazas del acceso original, mostrando una gran puerta dovelada. Los trabajos de repicado y limpieza mostraron las dimensiones y escala de una fachada sin parangón en nuestra ciudad, comparable a la de los grandes palacios italianos realizados contemporáneamente.
El hecho de la supresión de la altura original de la sala noble y su conversión en dos plantas en el siglo XIX, unido a los trabajos realizados en la perforación del muro para generar un nuevo alzado de huecos más acorde con el gusto de la época, supuso el incremento de una planta que originariamente nunca existió y en la que se ejecutaron –en planta primera- una serie de salones en enfilada de gran valor en su concepción y esmerada ejecución que no podían ser suprimidos sin mutilar una parte de la historia del edificio.
Ante estos datos de proyecto, éste plantea la restauración de la caja muraria del edificio del s. XV, recuperando el acceso original, y mostrando mediante huecos rectangulares cómo el siglo pasado horadaba al muro de piedra en cuatro plantas. La dimensión de estos huecos era la misma de los neogóticos eliminando el arco de medio punto de remate, que por otra parte no se reflejaba en el interior de los salones que poseen ventanas rectangulares. Los trabajos de limpieza de los restos neogóticos y añadidos completó la restitución actual de la fachada.
Sin embargo, la conservación de la estructura de huecos propuesta y ejecutada según proyecto de Monmeneu, no impide la posibilidad de hacer comprensible y mostrar la anterior estructura planimétrica de la fachada de los Duques de Gandia, proyectándose una escueta y sutil superposición de los restos de la fenestración original de la planta noble, recuperando los grandes ventanales en cuatro lóbulos que iluminaban los grandes salones de los Borja y que aparecen actualmente reconstituidos en su trazado y cegados mediante un paramento de ladrillo ligeramente rehundido respecto al plano de fachada.
Respecto al entresuelo, se recuperó en éste la fenestración original, que resultó preservada gracias al regruesamiento y enfoscado del muro de sillería durante el siglo XIX; se pudo conseguir de este modo la restitución completa de todos los huecos, tanto en su cara exterior como interior, lo que proporcionó el dato preciso para recomponer la altura original del entresuelo. El hallazgo y restitución del acceso original, así como del zócalo de la fachada, permitieron conocer el nivel altimétrico original de la ciudad en el siglo XV, diseñando el espacio urbano contiguo de acceso que se caracterizó por un ligero descenso de la plaza hacia la puerta que ayudado de unas escaleras laterales, permitiendo salvar la diferencia entre el nivel anterior y el actual.
El interior de la gran crujía gótica alberga, como se ha dicho anteriormente, los despachos y salones destinados a la representación política. Se conservan la secuencia de salones, algunos de ellos con pinturas excelentes de Pinazo, y se acondicionaron nuevos espacios en la segunda planta. La planta ático quedó libre, entendiéndose como un espacio multifuncional, al igual que en su concepción original, y que nos permite experimentar las grandes dimensiones del espacio original no subdividido.
Las comunicaciones verticales se organizan en una crujía paralela a la anterior, en la que se conservó la escalera oval fruto de una intervención anterior, de interesante factura, a la que se añadió, enfrentada, una escalera de una tirada confinada entre muros paralelos, que establece un diálogo entre lo nuevo y lo viejo, así como una relación axial marcada por los dos núcleos de comunicaciones, que permiten el acceso al área representativa y al vestíbulo del hemiciclo.
El eje de acceso se vio reforzado, durante el proceso de obra, con el descubrimiento y restauración de un arco interior de grandes dimensiones que, enfrentado al arco de ingreso desde la calle, permitía originariamente el paso al patio del palacio de los Borja, patio ya desaparecido, pero que posibilita hoy una relación tanto visual como funcional entre el acceso, el vestíbulo y el jardín.
La inevitable actualidad de los elementos que completan la intervención se llevan a cabo con la intención de reforzar la escala, medida, el interés y calidad arquitectónica de los restos recuperados del Palacio de los Borja, respetándolos y potenciándolos.
De esta manera hacer legible la lectura de los mismos, puestos en relación con el proceso sufrido, por el edificio, en sus capítulos de mayor interés arquitectónico, e integrarlo con las otras partes que configuran la sede de las Cortes Valencianas ha sido el objetivo final de la intervención.
La visión de la ciudad de Valencia con sus cúpulas y torres, salpicando la uniforme arquitectura de la vivienda, muestra esta relación ciudad-monumento (entendido en este caso monumento como edificio institucional, público o celebrativo). La imagen de la Basílica de la Virgen, de cuya masa regular surge el tambor y la cúpula, elípticos, el de los Escolapios emergiendo del conglomerado de casas anónimas que la circundan, se constituyen como referencia concreta. La cerámica vidriada en las cúpulas, la gran fenestración del cimborrio de la catedral, subrayan la manifestación del elemento arquitectónico que da carácter y «explica» el edificio.
En la propuesta para las Cortes Valencianas, el cuerpo del hemiciclo emerge, cristalino, de la masa de piedra que envuelve y unifica la intervención, con la voluntad formal de los edificios citados.
Un nuevo punto de atención en la ciudad histórica que al añadirse a otros elementos referenciales de la vida colectiva nos habla de una nueva forma de organización social.
Reflejar una realidad, responder a una utilidad, para que desde el presente, en diálogo con el pasado, construir el futuro, no es más que el clásico destino de la arquitectura.
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Arquitectos Proyecto y Dirección: Carlos Salvadores./ Manuel Portaceli.
Arquitectos Técnicos: Alfredo Paredes. / Rafael Gimeno. / José Manuel Giménez.
Promotor: Cortes Valencianas.
Fotografías: Sánchez-Baltanás; Pepa Balaguer-Luis Vicén.
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